viernes, 18 de marzo de 2022

Bella primavera

 No olvidaré la mañana que dio comienzo al siguiente capítulo de mi vida.

Casi todo el trayecto me lo había pasado durmiendo desde que salimos con la maleta llena de recuerdos rumbo al lugar más lejano que un cuatroruedas nos pudiera llevar. Abrí los ojos y lo que me recibió a través del cristal de la furgoneta fue un día plomizo y triste. No conocía mucho sobre España, pero siempre oí que el sol brillaba más radiante allí que en ningún otro lado y pareciera que mi tristeza hubiera salido de mí para colorearlo todo tal y como me sentía por dentro. Llegué a pensar que en algún momento, entre la vigilia y el sueño, la guerra nos había dado alcance; que había salido del redil donde estaba confinada a los ojos del mundo y finalmente alcanzado al resto de Europa. El polvo rojizo posado sobre los coches me recordaba a la ceniza que se amontonaba sobre las calles de mi ciudad, pero allí los edificios no estaban esqueléticos ni convertidos en antorchas humeantes. Fue entonces cuando pensé en algo peor que la guerra. Bajo aquel ambiente cargado de un gris pardo la gente paseaba, como ocurre en los sueños, ignorando ser vistos. Tenía miedo de descubrir la verdad, acercarme a alguno de aquellos espectros y preguntarle de qué color tenía los calcetines y que no supiera contestarme. El miedo se apoderó de mí; en algún momento, esa furgoneta con 6 personas a bordo había dejado de galopar por las carreteras del viejo continente para cruzar el umbral a un lugar sombrío, en medio de ninguna parte, donde la paz y la alegría no existían; un limbo coronado por un techo rosado y asfixiante, condenada a estar aquí por los siglos de los siglos. Pero al cruzar la esquina, en el lugar que sería mi hogar los próximos años, vi un árbol joven que florecía y anunciaba la vida después de la muerte. Entonces bajé los ojos y comencé a llorar en silencio. La parca aún tenía que esperar y la primavera comenzaba a resurgir de nuevo; bajo la ceniza, el dolor y la muerte.

Era un martes 15 de marzo y la guerra había acabado para mí. Por primera vez sonreí y sentí que aquellos que no estaban conmigo también lo hacían.

domingo, 12 de abril de 2020

El ocaso de un héroe de otro tiempo


El ocaso de un héroe de otro tiempo – Carlos Ocaña Pérez

Eran las 6:30 de la mañana. Como cada día, después de tomar una pieza de fruta y unos huevos pasados por agua, saqué la silla de la cocina y me dispuse a salir a la terraza con mi tanque de café -cada vez con menos azúcar- a disfrutar del frescor de los primeros momentos de la mañana mientras reflexionaba sobre este tiempo atrás. Quizás me había acostumbrado a esa sosegada calma, a esas calles que piden a grito sordo voces que las llenen de vida, y quizás por eso, cada mañana buscaba esos 10 minutos de paz antes de que la ciudad despertara.
Debajo de mi casa, una cara curiosa asomó de entre las zarzas y los arbustos. Esta vez sólo estaba el blanco y naranja, el cual maullaba esperando que le echara un pedacito de jamón de york. Mientras sorbía, viendo como mi eventual compañero disfrutaba su apetitoso botín, me dio por pensar en la miseria de aquellos pobres diablos callejeros; recordaba cómo me afectaba de niño el mal ajeno y de cómo, con los años, una apática indolencia me llevó a aceptar el sufrimiento como una parte de nosotros y de que todo individuo debía cargar con sus propias penas, ese sentimiento me reconfortaba a la hora de no sentirme solo con las mías. Ese día tenía algo importante que hablar, así que mi mente fue disolviéndose como el vapor que salía de mi taza y volví a aquel día…
-Doctor Legazpi, el señor Galván solicita su presencia -dijo una voz a varios metros de distancia.
-Aquí tenemos mucho lío -respondí- hay que realojar a los pacientes ¿De qué se trata? Tenía programado verle más tarde.
-Vaya usted, de momento la cosa está tranquila, no se preocupe -contestó la enfermera- ya hay quien se ocupa de eso.
Dejé la ficha que tenía en la mano y la sustituí por la del señor Rodrigo Galván. Recorrí el ala sur de manera apresurada, en esos días todos íbamos con prisas; los enfermeros corrían de un lado a otro como chiquillos en un hotel y los bedeles trabajaban todo lo rápido que podían tratando de no obstaculizar las autopistas en las que se habían convertido los pasillos. Atravesé la sala de espera, donde las personas se amontonaban en cualquier hueco libre dando la sensación de estar en una terminal de autobuses de cualquier ciudad de américa a altas horas de la noche colmada por indigentes. Crucé la estancia entre toses, silencios y miradas apagadas que me acompañaban hasta el final de la travesía. De nada servía responder a sus miedos con una sonrisa, pues ni los ojos ni la boca podían verse tras los cristales y las mascarillas.
Subí las escaleras y llegué a la habitación 207.
-Buenos días doctor Galván, ¿cómo se encuentra usted hoy? -dije, tratando de que la visita me robara el mínimo tiempo posible.
Una mirada acerada se dirigió hacia mí lentamente.
-Buenos días doctor -respondió. Y antes de que yo pudiera decir nada al respecto, el octogenario doctor se incorporó y trató de quitarse la mascarilla que tenía comprimida sus sienes.
-No malgaste mi tiempo doctor, ni el suyo, que sin duda es más importante, y déjeme decirle el motivo por el que le he llamado –dijo mientras levantaba la mano para detenerme.
-De acuerdo, señor Galván -contesté.
–Gracias, llevo toda la noche sin pegar ojo. A mi edad ya con una cabezada entre horas basta, pero esta vez es por un motivo extraordinario. A veces -prosiguió- tomas una decisión en la vida y estás tan seguro de ella que tu propio cerebro la recrea una y otra vez, provocando esa sensación de satisfacción que no te deja dormir ¿Sabe a qué me refiero? -preguntó mientras arqueaba las cejas y miraba por la ventana.
-Sí, he vivido esa sensación a veces -la última vez fue la sorpresa que ideé para mi mujer por nuestro décimo aniversario de bodas, pensé, aunque no creí oportuno compartirlo con mi paciente.
-Quiero que me retire esta máquina -dijo, mirándome esta vez a los ojos.
-Señor Galván no puedo hacer eso, usted es…
-Sí, yo también fui médico y sé de lo que hablo, joven, no soy senil. Ustedes no conocen lo que va a ocurrir durante las próximas semanas aquí, mire como están las urgencias, ¡no disponen de material suficiente para atender a todos! – dijo mientras tosía.
Acerqué un vaso de agua y le coloqué la almohada en la espalda.
-Escúcheme -volvió a decir, mientras recuperaba el aliento- Esta situación yo ya la he vivido, fui médico voluntario en Gò-Công durante la guerra de Vietnam. Fuimos en misión de ayuda a la población civil, pero nunca nos prepararon para lo que allí ocurrió. Atendimos tanto a heridos survietnamitas, como norvietnamitas e incluso americanos. Yo mismo practiqué una vía a un paciente con mi propia sangre mientras le operaba. Ustedes van a tener que decidir quién vive y quién muere, no podrán salvarles a todos.
Sentí un miedo estremecedor. Pero el doctor Galván no me dio tiempo a más.
-Por favor, doctor, denle mi respirador a alguien más joven. Nosotros, los viejos, también tenemos que tomar la responsabilidad que nos ocupa en este momento. No se me ocurre una mejor manera de encarar la muerte que desafiarla ocupando el asiento de alguien que aún tiene mucho por vivir -rogó el viejo doctor.
Tardé unos instantes, agarré su mano y observé sus ojos cansados pero decididos.
-Veré que puedo hacer -dije.
Ojalá hubiera sido esa la decisión más difícil que tomé en aquellos días. Tras varios meses de incansable lucha y dolor, hoy hablaré con su hija de la que no se pudo despedir, aunque el señor Galván no esperó nada a cambio de darlo todo, tenía el deber, como único testigo, de contar el valor con el que decidió vivir sus últimos días.


domingo, 8 de abril de 2018

El universo, el testigo de nuestra historia

-Mira las estrellas -dijo.
-Sí, ahí están, en la misma posición que ayer...- me burlé.
-¿Cómo que en la misma posición? Algunas de ellas llevan millones de años muertas, pero aún nos llega su luz.
-Dios, -pensé- ¿con qué me saldrá ahora?
-Cuando observamos una estrella a través del telescopio en realidad vemos cómo fue hace millones de años.
-Ya bueno, ¿y qué? ¿quién no sabe eso?
Entonces lo dijo.
-¿Te has parado a pensar que ellas nos ven de la misma forma?
-¿Qué? -dije confuso.
-Una estrella que se encuentra a sesenta y cinco millones de años luz de distancia está viendo cómo la Tierra está poblada por dinosaurios.
-Ah -balbuceé.
-Pero una que se encuentra a seiscientos años luz está viendo cómo se produce el Renacimiento en Europa -continuó-, incluso una de 20 años y 60 días luz está viendo exactamente el momento en el que naciste.
-De acuerdo -solté extrañado-. ¿Y a qué lleva todo esto?
-Si de algún modo pudiéramos estar allí, seríamos capaces de ver por nosotros mismos lo que ocurrió realmente en el pasado.
-Vaya...
-Sabemos lo que la Biblia dice de Jesús, pero ¿y si pudiéramos ver qué ocurrió realmente?
-A estas alturas ya no hay debate -dije importunadamente-, pero es imposible estar allí, no existen los viajes intergalácticos.
-¿Y si no hiciera falta estar allí?
-¿Qué? -pregunté intrigado.
-Verás por eso quería mostrártelo antes -dijo la profesora de astrofísica-. A través del telescopio he hallado una serie de cuerpos astronómicos que reflejan la luz -continuó- Dependiendo de a qué distancia se encuentren y ajustando las coordenadas, estos cuerpos sirven de espejo para observar el cosmos desde su posición.
-¿De qué estás hablando? -
-Que puedo utilizar uno de estos espejos situados a dos mil años de distancia para saber qué ocurrió en la Tierra el 25 de diciembre del año cero.
Sólo transcurrió un instante, pero durante ese tiempo me pareció asombrarme, asustarme y volver a la realidad infinitas veces.
 -¿Te das cuenta de lo que esto significa? -dijo, mientras yo aún trataba de aterrizar.- Esto significa que puedo ver lo que ocurrió en el pasado, todo lo que conocemos a raíz de los libros cuya autenticidad es meramente subjetiva, todo podría darse a conocer... Podríamos ver la verdad - sentenció.
-Esto es fuerte - dije tras un instante de pausa-.
-Pero no lo mostraré.
-¡¿Cómo?!
-Las personas no están preparadas para conocer su pasado -dijo apenada-. La ciencia y la tecnología marcan una velocidad que la sociedad sigue a trompicones... esto es un salto, que digo, ¡un abismo!, el cual la humanidad no está preparada para abordar... es el fin de la historia.
-Pero esto no puede simplemente ocultarse... Este hallazgo es, es...
-Amigo mío, quizás para ti o para mí sólo nos traería  justicia, razón y verdad este descubrimiento... Sin embargo, existen personas que creen que aún vivimos en el 2150 y la sociedad no ha estado jamás tan dividida desde que descubrimos vida.
Tras quedarnos callados unos minutos se acercó y en un tono amable me dijo: -No te desanimes, llegará ese día, aunque tú y yo no formemos parte de ello.
-Te equivocas -dije enrabietado.
Mi profesora observó cómo saqué una hoja y empecé a escribir:
28º 18' 00'' N 16º 30' 35'' O. 2:35 am 2/05/73. 
Para quien, al mirar las estrellas, desee encontrar los reflejos de la verdad.
-¿Qué escribes ahí?
-Mira al cielo -contesté-, puede que alguien te esté viendo. El universo es el testigo de nuestra historia.




Relato